Los despachos necesitan un director de innovación

“Al final, o eres diferente… o eres barato”. Guy Kawasaki

¿Somos innovadores en el mundo legal?

Algunos abogados contestan afirmativamente argumentando que en cada caso o consulta que reciben, aplican una solución o actuación específica distinta, en muchas ocasiones, a lo que se ha hecho anteriormente. Otros compañeros consideran que la innovación ya es una realidad pues hemos pasado de consultar la jurisprudencia y la legislación en libros a utilizar bases de datos online, además de estar migrando hacia el “papel cero” gracias a Lexnet. Los más tradicionales sostienen un planteamiento más radical cuando aducen que los abogados no tenemos que innovar. En su opinión, son las personas de negocio o los clientes quienes tienen que hacerlo y nosotros limitarnos a asesorarles desde el punto de vista legal.

En junio y septiembre de 2016 se publicaron en Linkedin dos artículos muy interesantes de Shaun Temby y James Bible, en los que exploraban las razones que dificultan la innovación en los despachos de abogados, entre las que citaban:

  • a los abogados no nos gusta el riesgo. Nos pasamos la mayor parte de nuestra vida laboral identificando los riesgos y asesorando a los clientes sobre cómo evitarlos y, como resultado inmediato, nos sentimos incómodos con la idea de asumir riesgos en nuestro propio negocio.
  • la tiranía de las “horas facturables” y del atávico “estoy muy liado” deja poco tiempo libre para la experimentación.
  • el poder del statu quo: es decir, ese pensamiento colectivo sempiterno de “siempre se ha hecho así”, “si ha funcionado bien hasta ahora ¿para qué lo vamos a cambiar?” o, a contrario, “hemos probado eso antes y no funcionó”.
  • cierta arrogancia intelectual: “los servicios profesionales tienen su propia dinámica”, “¿qué podría decirnos alguien de nuestro negocio que no sepamos ya?” o “todo eso del design thinking  es una tontería y una pérdida de tiempo”.
  • somos “pirañas intelectuales”. Nos han educado para poner foco las debilidades de los argumentos de la parte contraria y lo aplicamos por defecto a las ideas y planteamientos novedosos.

Por el contrario, solo un escaso número de abogados aprecian el  valor de entender el mundo digital que nos rodea y el impacto de las nuevas tecnologías; aún menos se animan a experimentar con metodologías ágiles, interactuar con científicos, ingenieros, tecnólogos, matemáticos o emprendedores; a aprender los fundamentos de los principales lenguajes de  programación informática; incluso crear nuevos productos, servicios o vías de relación con los clientes; organizar o participar en hackatones legales o involucrarse en el mismo diseño e implementación del software que da soporte al despacho o a la asesoría jurídica de la empresa.

En cualquier caso, parece que el panorama está empezando a cambiar. El “más por menos” de los clientes ha venido para quedarse. Legaltech es una realidad en el mundo anglosajón y en España ya existen varias iniciativas prometedoras. Los prestadores alternativos van ganando cuota de mercado y todo apunta a que la capacidad de innovación va a ser uno de los criterios que más se valore en un despacho de abogados y a que los bufetes que mejor entiendan la situación y que se preparen adecuadamente, van a ser los que lideren la abogacía en el futuro próximo.

En este contexto, creo que tiene mucho sentido que los despachos de tamaño mediano y grande se planteen crear un departamento específico de innovación que se ocupara, entre otras cosas, de proponer a los socios acciones innovadoras concretas y adaptadas a la firma; coordinar las actuaciones que tengan que ver con innovación y transformación digital; realizar un seguimiento de tendencias relevantes a nivel local y global y compartir internamente la información más significativa. En definitiva, su misión sería potenciar una cultura innovadora en todas las personas que trabajan en la firma.

Me consta que algunos ya han creado ese departamento y que los despachos más grandes tienen socios y abogados que se dedican a tiempo parcial a estas materias pero creo que lo óptimo sería que la persona que asumiera la dirección de innovación no desempeñara otras responsabilidades para garantizar que tiene una visión extremo a extremo y que todo el foco está puesto en esa tarea.

Capturar ese atributo tendría innumerables ventajas en términos de reputación así como de ingresos derivados de mejoras en la eficiencia y de nuevos clientes y abogados con talento que lleguen atraídos por una forma diferente de hacer las cosas.

Publicado originariamente en enero de 2018 en Replicante Legal